Domingo 18 (B) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Jn 6,24-35): En
aquel tiempo, cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco
sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de
Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo
has llegado aquí?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo:
vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis
comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento
perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el
que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios,
ha marcado con su sello».
Ellos le
dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?». Jesús les
respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado». Ellos
entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti?
¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto,
según está escrito: ‘Pan del cielo les dio a comer’». Jesús les
respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el
pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo;
porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo».
Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús:
«Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que
crea en mí, no tendrá nunca sed».
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«Señor, danos siempre de ese pan (…) Yo soy el pan de la vida» + Rev. D. Joaquim FONT i Gassol (Igualada, Barcelona, España)
Hoy vemos diferentes actitudes en las personas que buscan a Jesús:
unos han comido el pan material, otros piden un signo cuando el Señor
acaba de hacer uno muy grande, otros se han apresurado para encontrarlo y
hacen de buena fe -podríamos decir- una comunión espiritual: «Señor,
danos siempre de ese pan» (Jn 6,34).
Jesús debía estar muy
contento del esfuerzo en buscarlo y seguirlo. Aleccionaba a todos y los
interpelaba de varios modos. A unos les dice: «Obrad, no por el alimento
perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna» (Jn
6,27). Quienes preguntan: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de
Dios?» (Jn 6,28) tendrán un consejo concreto en aquella sinagoga de
Cafarnaúm, donde el Señor promete la Sagrada Comunión: «Creed».
Tú
y yo, que intentamos meternos en las páginas de este Evangelio, ¿vemos
reflejada nuestra actitud? A nosotros, que queremos revivir esta escena,
¿qué expresiones nos punzan más? ¿Somos prontos en el esfuerzo de
buscar a Jesús después de tantas gracias, doctrina, ejemplos y lecciones
que hemos recibido? ¿Sabemos hacer una buena comunión espiritual:
‘Señor danos siempre de este pan, que calma toda nuestra hambre’?
El
mejor atajo para hallar a Jesús es ir a María. Ella es la Madre de
Familia que reparte el pan blanco para los hijos en el calor del hogar
paterno. La Madre de la Iglesia que quiere alimentar a sus hijos para
que crezcan, tengan fuerzas, estén contentos, lleven a cabo una labor
santa y sean comunicativos. San Ambrosio, en su tratado sobre los
misterios, escribe: «Y el sacramento que realizamos es el cuerpo nacido
de la Virgen María. ¿Acaso puedes pedir aquí el orden de la naturaleza
en el cuerpo de Cristo, si el mismo Jesús nació de María por encima de
las leyes naturales?».
La Iglesia, madre y maestra, nos enseña
que la Sagrada Eucaristía es «sacramento de piedad, señal de unidad,
vínculo de caridad, convite Pascual, en el que se recibe a Cristo, el
alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura»
(Concilio Vaticano II).
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