¡Oh!, San Blas de Sebaste, vos sois el hijo del Dios de la Vida,
su obispo, su amado santo y mártir, que honor hicisteis
al significado de vuestro nombre: “arma de la divinidad”.
Vos, que, excelente médico erais, y aprovechasteis de
ello para evangelizar a las gentes de vuestro tiempo.
Por vuestra gran santidad el pueblo os eligió como su
Obispo, y cuando la persecución de Diocleciano estalló
os fuisteis a la montaña, y desde allí con amor dirigíais
y animabais a todos los cristianos perseguidos. Por la
noche bajabais a escondidas hacia la ciudad a ayudarlos,
socorrerlos y brindarles vuestro consuelo a los que estaban
en las cárceles sufriendo y privados de su libertad con
la Sagrada Eucaristía. Curabais a las fieras sus heridas,
y ellas venían en cantidad a visitaros cariñosamente.
Y, todo ello, más tarde, causa fue de que os tomaran preso.
El gobernador en su intento vano de que vos apostataseis
os ofreció muchos premios, que vos, rechazasteis, pues
respondisteis que, amigo de Jesús y de su santa religión
erais y que, lo seríais hasta el fin de vuestra santa vida.
Ante esta respuesta, os sometieron a torturas, las cuales
y sin proferir queja alguna, resististeis y sin dejar de
proclamar vuestro puro amor hacia Dios, os cortaron la
cabeza, y con ello, vuestra vida corpórea pero, nunca jamás
vuestra alma, que voló al cielo para coronada ser con corona
de luz, como justo premio a vuestra entrega de amor y fe.
Hasta hoy, en muchos rincones de la tierra se escucha decir:
“Por intercesión de San Blas, te libre Dios de los males
de garganta”. Y, cuando los niños se enferman de ese mal, las
mamás dicen:“¡San Blas bendito, que se ahoga el angelito!”.
Pero, hoy, interced para ser curados de aquella “enfermedad
espiritual de la garganta” que nos hace hablar de todo lo que
no se debe y en sentir miedo de hacerlo en contra de nuestra
santa religión y de nuestro maravilloso y Redentor, Jesucristo;
¡oh!, San Blas, “vivo amor del Dios de la Vida y del Amor”
© 2022 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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3 de Febrero
San Blas
(año 316)
Blas significa: “arma de la divinidad”.(año 316)
San Blas fue obispo de Sebaste, Armenia (al sur de Rusia).
Al principio ejercía la medicina, y aprovechaba de la gran influencia que le daba su calidad de excelente médico, para hablarles a sus pacientes en favor de Jesucristo y de su santa religión, y conseguir así muchos adeptos para el cristianismo.
Al conocer su gran santidad, el pueblo lo eligió obispo. Cuando estalló la persecución de Diocleciano, se fue San Blas a esconderse en una cueva de la montaña, y desde allí dirigía y animaba a los cristianos perseguidos y por la noche bajaba a escondidas a la ciudad a ayudarles y a socorrer y consolar a los que estaban en las cárceles, y a llevarles la Sagrada Eucaristía.
Cuenta la tradición que a la cueva donde estaba escondido el santo, llegaban las fieras heridas o enfermas y él las curaba. Y que estos animales venían en gran cantidad a visitarlo cariñosamente. Pero un día él vio que por la cuesta arriba llegaban los cazadores del gobierno y entonces espantó a las fieras y las alejó y así las libró de ser víctimas de la cacería.
Entonces los cazadores, en venganza, se lo llevaron preso. Su llegada a la ciudad fue una verdadera apoteosis, o paseo triunfal, pues todas las gentes, aun las que no pertenecían a nuestra religión, salieron a aclamarlo como un verdadero santo y un gran benefactor y amigo de todos.
El gobernador le ofreció muchos regalos y ventajas temporales si dejaba la religión de Jesucristo y si se pasaba a la religión pagana, pero San Blas proclamó que él sería amigo de Jesús y de su santa religión hasta el último momento de su vida.
Entonces fue apaleado brutalmente y le desgarraron con garfios su espalda. Pero durante todo este feroz martirio, el santo no profirió ni una sola queja. El rezaba por sus verdugos y para que todos los cristianos perseveraran en la fe.
El gobernador, al ver que el santo no dejaba de proclamar su fe en Dios, decretó que le cortaran la cabeza. Y cuando lo llevaban hacia el sitio de su martirio iba bendiciendo por el camino a la inmensa multitud que lo miraba llena de admiración y su bendición obtenía la curación de muchos.
Pero hubo una curación que entusiasmó mucho a todos. Una pobre mujer tenía a su hijito agonizando porque se le había atravesado una espina de pescado en la garganta. Corrió hacia un sitio por donde debía pasar el santo. Se arrodilló y le presentó al enfermito que se ahogaba. San Blas le colocó sus manos sobre la cabeza al niño y rezó por él. Inmediatamente la espina desapareció y el niñito recobró su salud. El pueblo lo aclamó entusiasmado.
Le cortaron la cabeza (era el año 316). Y después de su muerte empezó a obtener muchos milagros de Dios en favor de los que le rezaban. Se hizo tan popular que en sólo Italia llegó a tener 35 templos dedicados a él. Su país, Armenia, se hizo cristiano pocos años después de su martirio.
En la Edad Antigua era invocado como Patrono de los cazadores, y las gentes le tenían gran fe como eficaz protector contra las enfermedades de la garganta. El 3 de febrero bendecían dos velas en honor de San Blas y las colocaban en la garganta de las personas diciendo: “Por intercesión de San Blas, te libre Dios de los males de garganta”. Cuando los niños se enfermaban de la garganta, las mamás repetían: “San Blas bendito, que se ahoga el angelito”.
A San Blas, tan amable y generoso, pidámosle que nos consiga de Dios la curación de las enfermedades corporales de la garganta, pero sobre todo que nos cure de aquella enfermedad espiritual de la garganta que consiste en hablar de todo lo que no se debe de hablar y en sentir miedo de hablar de nuestra santa religión y de nuestro amable Redentor, Jesucristo.
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