¡Oh! San Marcos y Marceliano, vosotros sois los hijos del Dios
de la Vida, y sus amados santos, que siendo hermanos gemelos
e hijos de San Tranqulino y Santa Marcia, criados fueron por
por un ayo cristiano, éste les la fe, sin que vuestros padres
supieran de ello. Vosotros teníais grandes deseos de ser célibes,
pero, obligados se casaron con doncellas paganas, con la esperanza
de que con el tiempo pudieran convertirlas, cosa que así fue.
Prudentes en profesar vuestra fe, os protegisteis de la crueldad de
Diocleciano, pero, os apresaron y encerraron en un calabozo
para felicidad vuestra y descontento de vuestra familia.
Vosotros, teníais tiempo pensando en vuestro martirio, único
fin de vuestra alegría, para derramar vuestra sangre por el
único Dios verdadero: ¡Jesucristo! Os condenaron a los azotes,
a pesar de que vuestra familia les aconsejaba que renegaran
de vuestra fe. Vuestros familiares, desesperados, rogaron
que les dieran un plazo de treinta días, el cual les fue
concedido y os trasladaron a vuestras casas, donde sus padres
y esposas diariamente les rogaban para que dejaran la fe. Y Dios
hizo su trabajo: ¡vuestros familiares se habían convertido
al cristianismo! Fabiano, un hombre cruel y declarado enemigo
de los cristianos, retomó la persecución y reabrió vuestras causas
pendientes. Os volvieron a ser capturados y sentenciados a muerte
y el cruel Fabiano, os mandó a atar a un tronco y que vuestros
pies fueran traspasados con clavos. En medio de todo este cruel
suplicio, vosotros entonabais cánticos que alababan al Señor
por un día y una noche y al día siguiente mandó a que se os
quitase la vida, traspasándolos con lanzas. Y, pronunciando el
nombre de Jesús y María, volaron vuestras almas al cielo, para
coronadas con coronas de luz, por vuestra entrega de amor y fe;
¡Oh! San Marcos y Marceliano, «vivos mártires del Dios de la Vida».
© 2022 Luis Ernesto Chacón Delgado
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San Marcos y Marceliano
Mártires
San Marcos y Marceliano fueron hermanos gemelos, hijos de San Tranqulino y Santa Marcia (romanos gentiles). A los dos hermanos los cría un ayo cristiano, quien les inculcó en la religión, sin que sus padres conocieran de ello. Tenían grandes deseos de ser célibes, pero se vieron obligados a casarse con doncellas paganas. La esperanza que tenían eran que con el tiempo pudieran convertirlas predicando con su ejemplo.
Eran muy prudentes a la hora de profesar su fe, a pesar de que su familia ya se había enterado de ello. Ésto hizo que pudieran protegerse por un tiempo de los crueles edictos de Diocleciano. Sin embargo, fueron apresados y encerrados en un calabozo. Para ellos esto representó una gran alegría, y el desconcierto de su familia. Ya tenían tiempo pensando en que el martirio era el único objeto de toda su ambición, esperando que el Señor les concediera la gracia de derramar su sangre y dar la vida por si gloria.
Fueron condenados a los azotes, a pesar de que su familia les aconsejaba que renegaran del cristianismo y que en secreto lo ejercieran, no se dejaron amilanar por el castigo. Desesperado el juez Cromacio, al ver que no podía reducirlos, mandó a degollarlos.
Los familiares, desesperados, rogaron que les dieran un plazo de treinta días, el cual les fue concedido. En este tiempo, fueron trasladados de la celda a su casa, donde sus padres y esposas diariamente les rogaban para que dejaran la fe. Al cabo de este plazo, los familiares se habían convertido al cristianismo.
Al presentarse a Cromacio y presentar el padre de nuestros mártires su testimonio, quedó tan impactado que luego de un tiempo se bautizó y dejó su cargo. Lo sucedió Fabiano, un hombre cruel y declarado enemigo de los cristianos, quien retomó la persecución y reabrió las causas que habían quedado pendientes.
Volvieron a ser capturados y sentenciados a muerte apenas se dictara sentencia. Demostró su crueldad Fabiano mandándolos a atar a un tronco y que sean sus pies traspasados con dos grandes clavos. A pesar de todo Marco y Marceliano entonaban cánticos que alababan al Señor. Pasaron así un día y una noche.
Al día siguiente mandó a que se les quitase la vida, traspasándolos con lanzas. Murieron pronunciando el nombre de Jesús y María el 18 de Junio de 286. Fueron enterrados en un lugar llamado de las Arenas, donde se construyó un cementerio. Luego sus reliquias fueron trasladadas a Roma.
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