Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?». Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde». Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza». Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos».
Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros».
«Si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros»
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Hoy recordamos aquel primer Jueves
Santo de la historia, en el que Jesucristo se reúne con sus discípulos
para celebrar la Pascua. Entonces inauguró la nueva Pascua de la nueva
Alianza, en la que se ofrece en sacrificio por la salvación de todos.
En la Santa Cena, al mismo tiempo que la Eucaristía, Cristo instituye el
sacerdocio ministerial. Mediante éste, se podrá perpetuar el sacramento
de la Eucaristía. El prefacio de la Misa Crismal nos revela el sentido:
«Él elige a algunos para hacerlos partícipes de su ministerio santo;
para que renueven el sacrificio de la redención, alimenten a tu pueblo
con tu Palabra y lo reconforten con tus sacramentos».
Y aquel mismo Jueves, Jesús nos da el mandamiento del amor: «Amaos unos a
otros como yo os he amado» (Jn 13,34). Antes, el amor se fundamentaba
en la recompensa esperada a cambio, o en el cumplimiento de una norma
impuesta. Ahora, el amor cristiano se fundamenta en Cristo. Él nos ama
hasta dar la vida: ésta ha de ser la medida del amor del discípulo y
ésta ha de ser la señal, la característica del reconocimiento cristiano.
Pero, el hombre no tiene capacidad para amar así. No es simplemente
fruto de un esfuerzo, sino don de Dios. Afortunadamente, Él es Amor y
—al mismo tiempo— fuente de amor, que se nos da en el Pan Eucarístico.
Finalmente, hoy contemplamos el lavatorio de los pies. En actitud de
siervo, Jesús lava los pies de los Apóstoles, y les recomienda que lo
hagan los unos con los otros (cf. Jn 13,14). Hay algo más que una
lección de humildad en este gesto del Maestro. Es como una anticipación,
como un símbolo de la Pasión, de la humillación total que sufrirá para
salvar a todos los hombres.
El teólogo Romano Guardini dice que «la actitud del pequeño que se
inclina ante el grande, todavía no es humildad. Es, simplemente, verdad.
El grande que se humilla ante el pequeño es el verdaderamente humilde».
Por esto, Jesucristo es auténticamente humilde. Ante este Cristo
humilde nuestros moldes se rompen. Jesucristo invierte los valores
meramente humanos y nos invita a seguirlo para construir un mundo nuevo y
diferente desde el servicio.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Es tanta la utilidad del abajamiento humano, que incluso lo recomendó con su ejemplo la sublimidad divina, porque el hombre soberbio perecería para siempre, si el Dios humilde no lo hubiese hallado» (San Agustín)
«Vivir supone ensuciarse los pies por los caminos polvorientos de la vida, de la historia. Todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser lavados» (Francisco)
«El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo
que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor. Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección, y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.337)
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