¡Oh! Santa María Bernarda Bütler, vos sois la hija del Dios
de la Vida, alegre, inteligente, generosa y amante de la
naturaleza y su amada santa. Vuestra devoción a la Eucaristía
siempre fue el centro de vuestra espiritualidad. Vos, os
dedicasteis al trabajo agrícola y enamorada como estabais,
el amor a Dios, os hizo desprenderos de este sentir humano
para entregaros completamente a nuestro Señor. Decíais vos:
«Explicar este estado del alma a quien no ha experimentado V
jamás algo semejante, es extremadamente difícil, si no es
que imposible. El Espíritu Santo me enseñó a adorar, alabar,
bendecir y dar gracias a Jesús en el tabernáculo, en todo
momento, en medio de las labores y en la realidad cotidiana
de la vida». El trabajo, la oración, el apostolado en la
parroquia, hicieron que vos, mantuvieseis vivo el deseo de
la vida consagrada. Vuestro párroco os recomendó que entraseis
en el Monasterio franciscano de María Auxiliadora, y vestisteis
hábito franciscano, tomando el nombre de Sor María Bernarda
del Sagrado Corazón de María, emitisteis la Profesión religiosa,
para servir a nuestro Señor, hasta la muerte, en la vida
que vos queríais más: la vida contemplativa. Más tarde, os
eligieron Maestra de novicias y por tres veces Superiora de
la Comunidad. Vuestro celo y vuestro amor por el Reino de Dios
os hizo acoger la invitación de Monseñor Pietro Schumacher,
obispo de Puertoviejo, en Ecuador, quien os pidió venir a su
diócesis, para ser la anunciadora del Evangelio en aquella
tierra latinoamericana. Y así, tomando como estandartes la
luz de la fe y el celo por el anuncio del Evangelio, vos,
y vuestras compañeras emprendisteis el nuevo reto: ser la
fundadora de "las Hermanas Franciscanas Misioneras de María
Auxiliadora". Vos os hicisteis «toda para todos», y pusisteis
como fundamento de vuestra acción misionera la oración, la
pobreza, la fidelidad a la Iglesia y el ejercicio constante
de las obras de misericordia. Junto con vuestras hijas,
comenzasteis un apostolado constante entre las familias,
profundizando en el conocimiento de la lengua y de la cultura
del pueblo. Y, Dios os escuchó y la vida cristiana de aquella
población volvió a florecer milagrosamente. Muchos fueron
los sufrimientos a los que vos, y vuestras hijas se vieron
sometidas: la pobreza, el clima, riesgos para la salud, la
seguridad de vida, incomprensiones eclesiásticas, y hasta la
separación de Hermanas. Todo esto lo soportasteis con una
gran fortaleza y silencio, sin defenderos y sin alimentar
resentimientos. Perdonasteis de corazón y orasteis por
aquellos que os hacían sufrir. La Iglesia fue perseguida
por fuerzas hostiles, y os obligó a escapar del Ecuador, sin
saber a dónde ir, y de pronto Dios hizo su aparición en
vuestro trajinar mediante Monseñor Eugenio Biffi, que os
invitó para trabajar en su diócesis de Cartagena. Y, en el
día de la fiesta de la Porciúncula de Asís, os recibió
paternalmente. Con amor compasivo y franciscano socorríais
las necesidades espirituales de los pobres que vos considerabais
vuestros predilectos. Decíais a las hermanas: «Abran
sus casas para ayudar a los pobres y a los marginados.
Prefieran el cuidado de los indigentes a cualquier otra
actividad». En la «Obra Pía» de Cartagena, llorada por
vuestras Hijas, voló vuestra alma al cielo, para ser coronada
con corona de luz, como justo premio a vuestra entrega de amor;
"¡Oh! Santa María Bernarda Bütler "vivo eslabón del Dios Verdadero".
© 2023 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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19 de Mayo
Santa María Bernarda Bütler
Fundadora de las Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora
Dotada de una excelente salud, Verena creció alegre, inteligente, generosa y amante de la naturaleza. A los siete años comenzó a frecuentar la escuela. El fervor y el empeño con el que, el 16 de abril de 1860, se acercó a la Primera Comunión permanecieron constantes en ella a lo largo de toda su vida. La devoción a la Eucaristía formará, efectivamente, el fundamento de su espiritualidad.
A la edad de 14 años, terminados los estudios elementales, Verena se dedicó al trabajo agrícola, experimentando también el afecto por un digno joven del cual se enamoró. Sintiendo la llamada de Dios supo desprenderse de este compromiso para entregarse completamente a su Señor. En este período de su vida se le concedió la gracia de gozar sensiblemente de la presencia de Dios, sintiéndolo muy cercano. Ella misma afirma: «Explicar este estado del alma a quien no ha experimentado jamás algo semejante, es extremadamente difícil, si no es que imposible». Y además: «El Espíritu Santo me enseñó a adorar, alabar, bendecir y dar gracias a Jesús en el tabernáculo, en todo momento, en medio de las labores y en la realidad cotidiana de la vida».
Atraída del amor de Dios, a los 18 años entró como postulante en un convento de la región. Comprobado que no era aquél el lugar donde el Señor la llamaba, Verena regresó pronto al seno familiar. El trabajo, la oración, el apostolado en la parroquia, mantuvieron vivo en ella el deseo de la vida consagrada. El 12 de noviembre de 1867, por sugerencia de su párroco, Verena entró en el Monasterio franciscano de María Auxiliadora en Altstätten. El 4 de mayo de 1868 vistió el hábito franciscano, tomando el nombre de Sor María Bernarda del Sagrado Corazón de María, y, el 4 de octubre de 1869 emitió la Profesión religiosa, con el firme propósito de servir al Señor hasta la muerte, en la vida contemplativa.
Pronto fue electa Maestra de novicias y por tres veces Superiora de la Comunidad, desempeñando este servicio fraterno por nueve años consecutivos. Su celo y su amor por el Reino de Dios la habían preparado para iniciar una nueva experiencia misionera. Por tanto, acogió de buen grado la invitación de Mons. Pietro Schumacher, obispo de Puertoviejo, en Ecuador, quien le pidió venir a su diócesis, planteándole la precaria situación de su gente. María Bernarda reconoció en esa invitación la clara voluntad de Dios que la llamaba a ser anunciadora del Evangelio en aquella tierra lejana.
Superadas las iniciales resistencias del obispo de San Gallo y después de haber obtenido un regular indulto pontificio, el 19 de junio de 1888 Sor María Bernarda y seis Compañeras dejaron el monasterio de Altstätten y partieron para el Ecuador. Solamente la luz de la fe y el celo por el anuncio del Evangelio sostuvieron a la Beata y a sus Compañeras en la difícil separación del amado monasterio y de las Hermanas. En su interior María Bernarda pensaba en el tener que dar vida a una fundación misionera dependiente del monasterio suizo. A su vez, el Señor la hacía fundadora de una nueva Congregación religiosa, la de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora.
Recibidas paternalmente por el Obispo, éste encomendó a María Bernarda la Comunidad de Chone que presentaba un espectáculo desolador, por la falta casi absoluta de sacerdotes, la escasa práctica religiosa y por la difundida inmoralidad. María Bernarda se hizo «toda para todos», poniendo como fundamento de su acción misionera la oración, la pobreza, la fidelidad a la Iglesia y el ejercicio constante de las obras de misericordia. Junto con sus hijas, comenzó un intenso apostolado entre las familias, profundizando en el conocimiento de la lengua y de la cultura del pueblo. No tardaron en madurar los primeros frutos. La vida cristiana de aquella población volvió a florecer como por encanto. También la nueva Congregación franciscana creció en número y se fundaron las dos Casa filiales de Santa Ana y de Canoa. Pero, también, pronto la obra misionera de la Madre Bernarda fue marcada por el misterio de la Cruz. Fueron muchos los sufrimientos a los que ella y sus hijas se vieron sometidas: la pobreza absoluta, el clima tórrido, incertidumbres y dificultades de todo tipo, riesgos para la salud y la misma seguridad de vida, incomprensiones de parte de la autoridad eclesiástica y, la separación de algunas Hermanas de la Comunidad, constituidas después en una Congregación autónoma (las Franciscanas de la Inmaculada: Beata Caridad Brader). María Bernarda soportó todo con heroica entereza, en silencio, sin defenderse y sin alimentar resentimientos en la confrontación con alguno, perdonando de corazón y orando por aquellos que la hacían sufrir.
Como si no fueran suficientes todas estas pruebas, en 1895, una violenta persecución por parte de fuerzas hostiles a la Iglesia obligó a Sor María Bernarda y sus Hermanas a escapar del Ecuador. Sin saber a dónde ir, con 14 Hermanas se dirigió a Bahía, de donde prosiguió para Colombia. El grupo estaba aún buscando, cuando recibió la invitación de Mons. Eugenio Biffi para trabajar en su diócesis de Cartagena. Y, así, el 2 de agosto de 1895, fiesta de la Porciúncula de Asís, la Fundadora y sus Hermanas exiliadas del Ecuador, arribaron a Cartagena, recibidas paternalmente por el Obispo. Encontraron alojamiento en un ala del hospital femenino, llamado comúnmente «Obra Pía». El Señor las había conducido a aquel asilo, donde la Madre Bernarda permanecerá hasta el término de su vida. Después de la casa de Cartagena, se llevaron a cabo otras fundaciones no sólo en Colombia sino en Austria y en Brasil.
Con un amor compasivo, de auténtica franciscana, estaba encargada de socorrer las necesidades espirituales de los pobres que ella consideró siempre sus predilectos. Decía a las Hermanas: «Abran sus casas para ayudar a los pobres y a los marginados. Prefieran el cuidado de los indigentes a cualquier otra actividad».
La Madre guió su Congregación por espacio de treinta años. También después de haber renunciado al oficio de Superiora General, continuó animando, con sentimientos de verdadera humildad, a sus queridas Hermanas, sobre todo con el ejemplo de su vida, sus palabras y sus escritos.
Presa de punzantes dolores hipogástricos, el 19 de mayo de 1924, en la «Obra Pía» de Cartagena, llorada por sus Hijas, amada y venerada de todos como auténtica santa, María Bernarda se durmió serenamente en el Señor. Contaba con 76 años de edad, 56 de vida consagrada y 38 de misionera. La noticia de su muerte se difundió rápidamente. El párroco de la catedral de Cartagena anunció el tránsito diciendo a sus fieles: « ¡Esta mañana, en esta ciudad, ha muerto una Santa: la reverenda Madre Bernarda!» Su tumba fue pronto meta de peregrinaciones y lugar de oración.
El celo apostólico y el ardor de la caridad de la Madre María Bernarda reviven hoy en la Iglesia, particularmente a través de la Congregación fundada por ella y actualmente presente en varios.
Países de tres Continentes. La Beata puede ser señalada como auténtico modelo de «inculturación» de la que la Iglesia ha subrayado la urgencia para un eficaz anuncio del Evangelio (cfr. Redemptoris missio, n. 52). Ella encarnó perfectamente en su vida el lema programático: «Mi guía, mi estrella, es el Evangelio».
Durante su vida, encontró apoyo y consuelo solamente en Dios. Cuando abandonó su patria, a donde no habría de regresar jamás, y cuando dejó su querido monasterio de Altstätten y durante su incansable actividad apostólica, ella siempre estuvo sostenida por una sólida espiritualidad, de la oración incesante, la caridad heroica hacia Dios y hacia el prójimo, de una fe fuerte como la roca, una confianza ilimitada en la Providencia de Dios, una fuerza y humildad evangélica y de una fidelidad radical a los compromisos de su vida consagrada. De la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad, de la Eucaristía y de la Pasión del Señor, obtuvo el don de aquella misericordia que practicó con todos y que dejó como particular carisma a su Congregación. Devotísima de la Virgen Madre del Señor, quiso que su Congregación tuviese a la Auxiliadora como Madre, Protectora y Modelo de vida en el seguimiento de Cristo y en su actividad misionera. Como franciscana, cultivó la misma veneración que San Francisco de Asís alimentó por la «Santa Madre Iglesia» por sus pastores y sacerdotes, que ella llamaba « los ungidos del Señor».
La Beata permanece como un admirable ejemplo de mujer bíblica: fuerte, prudente, mística, maestra espiritual, insignia misionera. Ella ha dejado a la Iglesia un testimonio maravilloso de entrega a la causa del Evangelio, enseñando a todos, sobre todo hoy, que es posible unir la contemplación a la acción, vida con Dios y servicio a los hermanos, llevando a Dios a los hombres y a los hombres a Dios.
El 29 de octubre de 1995, el Siervo de Dios Papa Juan Pablo II le confirió el título y los honores de los Beatos. El 12 de octubre de 2008, el Santo Padre Benedicto XVI la inscribe en el Catálogo de los Santos.
(https://www.aciprensa.com/recursos/biografia-4672)
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