¡Oh!, Santa Adelaida, vos, sois la hija del Dios
de la Vida, y su amada santa. Y, que, emperatriz
de Italia siendo, supisteis “testigo vivo” ser de
Cristo Jesús, Dios y Señor Nuestro. Cuando falleció
vuestro primer esposo, teníais dieciocho años y,
vos, erais ya, reina, madre y viuda. Vuestro segundo
matrimonio, os relacionó con la historia de los
tres primeros Otones: vuestro marido, hijo y nieto.
Vuestra vida, estuvo envuelta en política y disputas
militares: cárcel, destierro, intrigas de la Corte,
envidias, traiciones y falsedades. Así, soportasteis
la incomprensión de propios y extraños, porque la
ambición se había instaurado en vuestra casa. Y,
en contra de ello, os dedicasteis a hacer el bien:
Protegíais, socorríais y consolabais a los pobres
y necesitados. Considerabais el poder, una carga
para vos, pero, un servicio para el bien de vuestro
pueblo. No erais injusta, ni vengativa contra
quienes os injuriaron en el ayer. Demostrasteis
eficacia y esmero en las tareas de gobierno, para
ello, rezabais, os mortificabais y expiabais por
los pecados de vuestro pueblo todo el tiempo. Y,
así, y luego de haber gastado vuestra vida en buena
lid, voló vuestra alma al cielo, para coronada ser,
con corona de luz, como justo premio a vuestra
entrega extraordinaria y grande de amor y fe;
Patrona de las novias, esposas y viudas del mundo;
¡Oh!, Santa Adelaida, “viva emperatriz de Cristo”.
© 2023 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Diciembre 16
Santa Adelaida o Alicia
Emperatriz de Italia
Sesenta y ocho años llenos de agitación en los que una mujer de las importantes quiso y supo ser “testigo” de Cristo. Esta fue Adelaida o Alicia, emperatriz en Italia.
Casada muy joven con el rey de Italia Lotario, se le prometía una vida feliz con su recién nacida hija Emma y probablemente el matrimonio deseaba terminar sus días “comiendo perdices”, como se pone fin a los cuentos de princesas y príncipes que probablemente también en su época se contaban. Pero a veces los planes de la Providencia no coinciden con los de los hombres; se complican, van y vienen por tortuosos senderos, en muchas ocasiones imprevistos y en otras muy dolorosos, de los que el Señor sabe sacar mayores bienes. Así pasó.
En realidad toda su vida estuvo envuelta en las turbulencias políticas y militares propias del tiempo. Cuando murió su primer marido sólo tiene dieciocho años y, tan joven, ya es reina, madre y viuda. Otro matrimonio, el segundo, la va a relacionar con la historia de los tres primeros Otones: su marido, hijo y nieto. En su vida están presentes los sufrimientos por cárcel y destierro. También entendió mucho de intrigas de la Corte, de confabulación, de envidias, de traiciones y de falsedades. Inculpablemente tuvo que soportar la incomprensión de propios y extraños porque la ambición y el poder ciega los ojos de los que no son buenos.
Regente emperatriz, retoma funciones de mando en tiempos de Otón III. Ahora muestra con sus obras lo muerta que estaba para sí misma y que la anterior piedad, la de toda su vida, fue un asunto sincero. La emperatriz se dedica a hacer el bien. Protege, socorre y consuela a los necesitados. Considera el poder como una carga para ella y un servicio para el bien del pueblo. No es injusta, ni vengativa con quienes le injuriaron en tiempo pretérito. Muestra esmero infatigable en las tareas de gobierno. Reza, se mortifica y expía por los pecados de su pueblo. Magdeburgo es ejemplo de que propicia el resurgir de los templos.
Tenida por santa, muere en Salces, en la Alsacia, en el 999.
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