Oh, San Pedro Arbués; vos sois
el hijo del Dios de la vida, y
reposó sobre vos, la tarea de
defender la religión católica
contra los herejes, sobornos
y todo, y la ofrenda de la vida.
¿Guardaespaldas?, “¿Para qué?
respondiais: si muero asesinado,
muero por defender la fe católica.
¿Qué mayor honor puedo esperar?” .
Y así, a la casa del Padre volasteis,
en oración plena, y fueron vuestras
palabras últimas fueron: “Muero por
Jesucristo. Alabado sea su santo
nombre” y el pueblo que os conocía
de vuestra amabilidad y santidad
esa misma noche, os defendió.
Todo había terminado para vos
aquí, en la tierra, pero vuestra
alma, corona de eterna luz recibió;
oh, San Pedro de Arbués, santo.
© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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20 de septiembre
San Pedro de Arbués
Mártir
Año 1485
Que Dios nos envíe nuevos y valerosos defensores que nos libren de los errores y engaños de los herejes. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (San Pablo).
San Pedro de Arbués, nació en Aragón (España) en 1441. Como tenía muy especiales cualidades intelectuales, sus padres lo enviaron a estudiar a la famosa Universidad de Bolonia, donde impresionó a superiores y compañeros, por la exquisita amabilidad de su trato y el rendimiento excepcional en los estudios.
Habiéndose graduado de doctor en ambos derechos, volvió a España y allá fue nombrado Canónigo o monseñor de la Catedral de Zaragoza. Fue encargado luego de defender la religión católica contra los herejes que querían enseñar doctrinas falsas. Estos trataron de sobornarlo ofreciéndole grandes cantidades de dinero si dejaba de oponérseles. Como no lo lograron, dispusieron matarlo. Varias veces se salvó milagrosamente de criminales atentados.
A quienes le aconsejaban que se consiguiera guardaespaldas, les respondía: “¿Para qué? Si muero asesinado, muero por defender la fe católica. ¿Qué mayor honor puedo esperar?” .Varios herejes se juntaron con los judíos más anticatólicos de Zaragoza y se propusieron atacar al santo cuando fuera a la catedral a orar. Sabían que cada noche entraba al templo y se arrodillaba por bastante tiempo a rezar.
Y el 14 de septiembre de 1485, estando él de rodillas orando devotamente, salieron los asesinos que se habían escondido en la oscura catedral y lo asesinaron. Sus últimas palabras fueron: “Muero por Jesucristo. Alabado sea su santo nombre”. El pueblo que conocía la gran amabilidad y la santidad de vida de este sacerdote reaccionó violentamente, y si no hubiera sido porque el Señor Arzobispo salió a las calles a defender a los herejes, esa misma noche los habrían linchado a todos en la ciudad.
El autor intelectual del crimen se suicidó en la prisión. Los autores materiales fueron sentenciados a muerte. Una inmensa muchedumbre acompañó al santo mártir en su funeral, y después en su sepulcro se consiguieron muchos favores de Dios muy admirables.
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