21 abril, 2015

San Anselmo

 

 ¡Oh!, San Anselmo; vos, sois el hijo del Dios de la vida
y su amado santo. Aunque vuestra vida, entre dos mundos
transcurrió, más pudo el disipado, pero, éste, duró sólo
por un tiempo, ya que, el Santo Espíritu del Señor, obró
en vos y os premió con el talento de ser “pluma de oro”.
Y, así, de vuestro ser “El Monologio”, sobre la fe y, el
“Prosologio” acerca de la inteligencia, surgieron. Dos
grandes escritos en favor de Aquél que todo lo ve. Profesor
eminente, elocuente predicador y reformador de la vida
monástica, y, sobre todo a ser llegasteis un gran teólogo.
De María Santísima devoto y de viva perfección del amor
de Dios, hoy, no sólo os recordamos por vuestra prolífica
obra, sino, por vuestras palabras al final de vuestra
vida: “Allí donde están los verdaderos goces celestiales,
allí deben estar siempre los deseos de nuestro corazón”.
“Haz, te lo ruego, Señor, que yo sienta con el corazón
lo que toco con la inteligencia”. Y, así, entregasteis
vuestra santa vida, a quien os la dio: Dios, para vivir
en la eternidad, como premio a vuestra entrega de amor y fe;
¡oh!, San Anselmo, “Camino de amor, fe, perfección y luz”.

© 2015 Luis Ernesto Chacón Delgado
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21 de Abril
San Anselmo
Obispo y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia, que, nacido en Aosta, fue monje y abad del monasterio de Bec, en Normandía, enseñando a los hermanos a caminar por la vía de la perfección y a buscar a Dios por la comprensión de la fe. Promovido a la insigne sede de Canterbury, en Inglaterra, trabajó denodadamente por la libertad de la Iglesia, sufriendo por ello dificultades y destierros (1109).

Etimológicamente: Anselmo=Aquel que tiene la protección divina, es de origen germánico. San Anselmo nació en Aosta (Italia) en 1033 de noble familia. Desde muy niño se sintió inclinado hacia la vida contemplativa. Pero su padre, Gandulfo, se opuso: no podía ver a su primogénito hecho un monje; anhelaba que siguiera sus huellas. A causa de esto, Anselmo sufrió tanto que se enfermó gravemente, pero el padre no se conmovió. Al recuperar la salud, el joven pareció consentir al deseo paterno. Se adaptó a la vida mundana, y hasta pareció bien dispuesto a las fáciles ocasiones de placeres que le proporcionaba su rango; pero en su corazón seguía intacta la antigua llamada de Dios.

En efecto, pronto abandonó la casa paterna, pasó a Francia y luego a Bec, en Normandía, en cuya famosa abadía enseñaba el célebre maestro de teología, el monje Lanfranco.

Anselmo se dedicó de lleno al estudio, siguiendo fielmente las huellas del maestro, de quien fue sucesor como abad, siendo aún muy joven. Se convirtió entonces en un eminente profesor, elocuente predicador y gran reformador de la vida monástica. Sobre todo llegó a ser un gran teólogo.

Su austeridad ascética le suscitó fuertes oposiciones, pero su amabilidad terminaba ganándose el amor y la estima hasta de los menos entusiastas. Era un genio metafísico que, con corazón e inteligencia, se acercó a los más profundos misterios cristianos: “Haz, te lo ruego, Señor—escribía—, que yo sienta con el corazón lo que toco con la inteligencia”.

Sus dos obras más conocidas son el Monologio, o modo de meditar sobre las razones de la fe, y el Proslogio, o la fe que busca la inteligencia. Es necesario, decía él, impregnar cada vez más nuestra fe de inteligencia, en espera de la visión beatífica. Sus obras filosóficas, como sus meditaciones sobre la Redención, provienen del vivo impulso del corazón y de la inteligencia. En esto, el padre de la Escolástica se asemejaba mucho a San Agustín.

Fue elevado a la dignidad de arzobispo primado de Inglaterra, con sede en Canterbury, y allí el humilde monje de Bec tuvo que luchar contra la hostilidad de Guillermo el Rojo y Enrique I. Los contrastes, al principio velados, se convirtieron en abierta lucha más tarde, a tal punto que sufrió dos destierros.

Fue a Roma no sólo para pedir que se reconocieran sus derechos, sino también para pedir que se mitigaran las sanciones decretadas contra sus adversarios, alejando así el peligro de un cisma. Esta muestra de virtud suya terminó desarmando a sus opositores. Murió en Canterbury el 21 de abril de 1109. En 1720 el Papa Clemente XI lo declaró doctor de la Iglesia.

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