¡Oh!, San Bernabé, vos, sois el hijo del Dios de la vida y
su amado Apóstol. Os llamabais José, y los apóstoles os
pusieron Bernabé, que significa “el esforzado”, “el que anima
y entusiasma”. Erais judío, y en la primitiva Iglesia, os
hicisteis conocido, porque vendisteis vuestras fincas, y,
el dinero lo donasteis a los apóstoles para, a los pobres
repartirlo. Vos, el descubridor de Saulo fuisteis, llamado
Pablo depués, a quien presentasteis a los apóstoles, para
continuar evangelizando. En los Hechos de los Apóstoles,
os elogian así: “Bernabé era un hombre bueno, lleno de fe y
de Espíritu Santo”. Antioquía sabe mucho de vos, porque allí,
por vez primera se llamó “cristianos” a los seguidores
de Cristo. Como compañero, a Saulo tuvisteis y trabajaron
ayudándoos el uno al otro, obteniendo increíbles triunfos.
Cuando hubo hambre en Jerusalén, socorristeis a los Apóstoles,
ayudado por Pablo. Invitasteis también a Marcos, el futuro
evangelista y, vuestro familiar, para ayudaros en vuestra
tarea evangélica. Un día el Espíritu Santo, habló y dijo:
“Separen a Bernabé y Saulo, que los tengo destinados a una
misión especial”. Y, así, fue. Y, los cristianos rezaron
por ambos, os impusieron las manos, y acompañados de Marcos,
después de orar y ayunar, partisteis para vuestro primer
viaje, hacia Chipre, la isla donde nacisteis, y, os alegró
mucho, pues convirtieron hasta el mismo gobernador, de nombre
Sergio Pablo y en su honor, Saulo, vuestro compañero cambió
su nombre y se puso Pablo. Y, vos, os llenasteis de alegría
inmensa porque, en vuestra tierra natal se aceptara la religión
de Jesucristo. En Listra, vos y Pablo, curaron milagrosamente
a un paralítico y entonces la gente creyó que vosotros dioses
erais. Y, os llamaron “Zeus” y a Pablo, “Mercurio”. Allí,
a los neo cristianos os recordabais que “es necesario pasar
por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. Y,
pasado el tiempo, vuestro martirio llegó, lapidado siendo por
judíos, pero, sin saber que al hacerlo, os dieron la eternidad
de la vida. Y, así, voló vuestra alma al cielo, luego de haber
gastado vuestra santa vida en buena lid, para coronada ser de luz,
como justo premio a vuestra entrega grande e increíble de amor;
¡oh!, San Bernabé Apóstol, “vivo amor por el Dios de la Vida”.
© 2015 Luis Ernesto Chacón Delgado
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11 de junio
San Bernabé Apóstol
Siglo I
Reflexión
¿Qué me enseñará la vida de San Bernabé? ¿A compartir mis
bienes con los pobres? ¿A tratar de descubrir las aptitudes que otros
tienen para el apostolado y a ayudarles a emplearlas bien? ¿A dedicar mi
vida a propagar nuestra santa religión? El Espíritu Santo me ilumine.
La historia de San Bernabé está escrita en el libro de Los Hechos de los apóstoles, en la S. Biblia.
Antes se llamaba José, pero los apóstoles le cambiaron su nombre por
el de Bernabé, que significa “el esforzado”, “el que anima y
entusiasma”. Era judío, de la tribu de Leví, pero nació en la isla de
Chipre. Se hizo muy popular en la primitiva Iglesia porque vendió las
fincas que tenía y luego llevó el dinero que obtuvo y se lo dio a los
apóstoles para que lo repartieran a los pobres.
Un mérito formidable de San Bernabé es el haber descubierto el gran
valor que había en aquel recién convertido que se llamaba Saulo y que
más tarde se llamaría San Pablo. Cuando después de su conversión Saulo
llegó a Jerusalén, los cristianos sospechaban de él y se le alejaban,
pero entonces Bernabé lo tomó de la mano y lo presentó a los apóstoles y
se los recomendó. Y el será el que lo encaminará después a emprender
sus primeras grandes labores apostólicas.
La S. Biblia, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, hace de
Bernabé unos elogios que es difícil encontrarlos respecto de otros
personajes. Dice así: “Bernabé era un hombre bueno, lleno de fe y de
Espíritu Santo” (Hechos 11, 24). Cuando Saulo o San Pablo tuvo que salir
huyendo de Jerusalén porque los judíos trataban de asesinarlo, se fue a
su ciudad de Tarso, y allá se quedó un tiempo. Mientras tanto en la
ciudad de Antioquía había sucedido algo muy especial. Al principio los
discípulos de Jesús solamente predicaban el Evangelio a los israelitas,
pero de pronto algunos empezaron a enseñar las doctrinas cristianas a
los paganos en Antioquía, y resultó que aquellas gentes respondieron de
una manera admirable y se convirtieron por centenares. Al saber esta
noticia, los apóstoles lo enviaron desde Jerusalén a que se informara de
lo que allí estaba sucediendo y les llevara noticias. Bernabé se quedó
encantado del fervor de aquellos paganos convertidos y estuvo con ellos
por un buen tiempo animándolos y acabando de instruirlos. En aquella
ciudad fue donde por primera vez se llamó “cristianos” a los seguidores
de Cristo.
Entonces se le ocurrió a Bernabé la feliz idea de dirigirse a Tarso a
invitar a Saulo a que se le uniera en el apostolado en Antioquía y éste
aceptó con gusto. Desde entonces Bernabé y Saulo trabajaban asociados
ayudándose en todo el uno al otro, y obteniendo resonantes triunfos. Por
todo un año predicaron en Antioquía, cuidad que se convirtió en el gran
centro de evangelización, del cual fueron saliendo misioneros a
evangelizar a diversos lugares.
Por aquel tiempo hubo una gran hambre en Jerusalén y sus alrededores y
los cristianos de Antioquía hicieron una colecta y la enviaron a los
apóstoles por medio de Bernabé y Saulo. Ellos al volver a Jerusalén se
trajeron a Marcos (el futuro San Marcos evangelista) que era familiar de
Bernabé. Venía a ayudarles en la evangelización.
Un día mientras los cristianos de Antioquía estaban en oración, el
Espíritu Santo habló por medio de algunos de ellos que eran profetas y
dijo: “Separen a Bernabé y Saulo, que los tengo destinados a una misión
especial”. Los cristianos rezaron por ellos, les impusieron las manos, y
los dos, acompañados de Marcos, después de orar y ayunar, partieron
para su primer viaje misionero.
En Chipre, la isla donde había nacido San Bernabé, encontraron muy
buena aceptación a su predicación, y lograron convertir al cristianismo
nada menos que al mismo gobernador, que se llamaba Sergio Pablo. En
honor a esta notable conversión, Saulo se cambió su nombre por el de
Pablo. Y Bernabé tuvo la gran alegría de que su tierra natal aceptara la
religión de Jesucristo.
Luego emprendieron su primer viaje misionero por las ciudades y
naciones del Asia Menor. En la otra ciudad de Antioquía (de Pisidia) al
ver que los judíos no querían atender su predicación, Bernabé y Pablo
declararon que de ahora en adelante les predicarían a los paganos, a los
no israelitas, con lo cual los paganos sintieron una inmensa alegría al
saber que la nueva religión no los despreciaba a ellos sino que más
bien los prefería. Allí en Iconio estuvieron a punto de ser apedreados
por una revolución tramada por los judíos y tuvieron que salir huyendo.
Pero dejaron una buena cantidad de convertidos y confirmaron sus
enseñanzas con formidables señales y prodigios que Dios obraba por medio
de estos dos santos apóstoles.
En la ciudad de Listra, al llegar curaron milagrosamente a un
paralítico y entonces la gente creyó que ellos eran dos dioses. A
Bernabé por ser alto y majestuoso le decían que era el dios Zeus y a
Pablo por la facilidad con la que hablaba lo llamaban el dios Mercurio. Y
ya les iban a ofrecer un toro en sacrificio, cuando ellos les
declararon que no eran tales dioses, sino unos simples mortales. Luego
llegaron unos judíos de Iconio y promovieron un tumulto y apedrearon a
Pablo y cuando lo creyeron muerto se fueron, pero él se levantó luego y
curado instantáneamente entró otra vez en la ciudad. Después de todo
esto Bernabé y Pablo se devolvieron ciudad por ciudad donde habían
estado evangelizando y se dedicaron a animar a los nuevos cristianos y
les recordaban que “es necesario pasar por muchas tribulaciones para
entrar en el Reino de Dios” (Hechos 14, 22).
Al llegar a Antioquía se encontraron con que los cristianos estaban
divididos en dos partidos: unos (dirigidos por los antiguos judíos)
decían que para salvarse había que circuncidarse y cumplir todos los
detalles de las leyes de Moisés. Otros decían que no, que basta cumplir
las leyes principales. Bernabé y Pablo se pusieron del lado de los que
decían que no había que circuncidarse, y como la discusión se ponía
acalorada, los de Antioquía enviaron a Jerusalén una embajada para que
consultara con los apóstoles. La embajada estaba presidida por Bernabé y
Pablo. Los apóstoles reunieron un concilio y le dieron la razón a
Bernabé y Pablo y luego pasaron horas muy emocionantes oyéndoles contar
las formidables aventuras de sus viajes misioneros.
Volvieron a Antioquía y dispusieron organizar un segundo viaje
misionero. Pero Bernabé quería llevar como ayudante a su primo Marcos, y
Pablo se oponía, porque Marcos les había abandonado en la mitad del
viaje anterior (por miedo a tantas dificultades). Y así fue que se
separaron y Bernabé se fue a acabar de evangelizar en su isla de Chipre y
San Pablo se fue a su segundo viaje. Más tarde se encontraron otra vez
como amigos misionando en Corinto (1 Cor. 9,6).
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