Amabile Lucia Visintainer, hoy Santa Paulina, nació el 16 de
diciembre de 1865 en Vígolo Vattaro, provincia de Trento, Italia, en ese
tiempo región del Sur del Tirol, bajo el dominio de Austria.
En septiembre de 1875 la familia de Napoleone Visintainer emigró con
muchos otros tridentinos al Brasil donde fundaron la localidad de Vígolo
en el actual municipio de Nueva Trento, en el estado de Santa Catarina.
Amabile, después de la primera comunión, que recibió más o menos a
los doce años, comenzó a participar en el apostolado parroquial:
Catecismo para los pequeños, visitas a los enfermos, y limpieza de la
capilla de Vígolo.
El día 12 de julio de 1890, junto con su amiga, Virginia Rosa
Nicolodi, Amabile acogió a una enferma de cáncer en fase terminal, dando
inicio a la Congregación de las Hermanitas de la Inmaculada Concepción,
aprobada por el obispo de Curitiba, Don José de Camargo Barros, el 25
de agosto de 1895.
En diciembre de 1895, Amabile y las dos primeras compañeras (Virginia
y Teresa Ana Maule), hicieron los votos religiosos, y Amabile recibió
el nombre de Hermana Paulina del Corazón Agonizante de Jesús. La
santidad y la vida apostólica de la Madre Paulina y de sus hermanas
atrajeron muchas vocaciones, a pesar de la pobreza y de las dificultades
en que vivían.
En 1903, la Madre Paulina fue elegida superiora general “ad vitam” y
dejó a Nueva Trento para cuidar de los huérfanos, hijos de antiguos
esclavos y de los esclavos viejos y abandonados en Ipiranga, en la
ciudad de San Pablo.
En 1909, fue depuesta del cargo de superiora general por el arzobispo
de San Pablo, Don Duarte Leopoldo e Silva, y enviada a trabajar con los
enfermos de la Santa Casa y con los ancianitos del asilo San Vicente de
Paulo en Bragança Paulista, sin poder nunca más ocupar ningún otro
cargo en su congregación.
Fueron años marcados por la oración, por el trabajo y por el
sufrimiento: haciendo y aceptando todo para que la congregación de las
Hermanitas siguiera adelante, y “nuestro Señor fuera conocido, amado y
adorado por todos en todo el mundo”.
En 1918 fue llamada por la superiora general Madre Vicência Teodora,
su sucesora, y con consentimiento de Don Duarte a la Casa Madre en
Ipiranga, donde permaneció hasta su muerte, en una vida retirada, de
intensa oración, asistiendo a las hermanas enfermas.
Como “Veneranda Madre Fundadora” se la destacó en el Decreto de Honor
concedido por la Santa Sede a la congregación de las Hermanitas el 19
de mayo de 1933, y en la celebración del cincuentenario de la fundación,
el 12 de julio de 1940, cuando la Madre Paulina hizo su testamento
espiritual: “Sed muy humildes. Confiad siempre y mucho en la Divina
Providencia; nunca, jamás, os desaniméis, aunque vengan vientos
contrarios. Nuevamente os digo: Confiad en Dios y en María Inmaculada;
manteneos firmes y !adelante!”.
A partir de 1938 la Madre Paulina comenzó a acusar graves disturbios a
causa de la diabetes que padecía. Después de dos cirugías, en las
cuales sufrió la amputación del dedo medio y luego del brazo derecho,
pasó los últimos días víctima de la ceguera. Murió el 9 de julio de
1942; sus últimas palabras fueron: “Hágase la voluntad de Dios”.
La espiritualidad ignaciana recibida de sus directores espirituales
tiene en la Madre Paulina características propias, que señalan a la
“Veneranda Madre fundadora” como una religiosa en la cual se pueden
admirar sus virtudes teologales, morales y religiosas en grado eminente o
heroico. Fe profunda y confianza ilimitada en Dios, amor apasionado a
Jesús Eucaristía, devoción tierna y filial a María Inmaculada, devoción y
confianza en “nuestro buen padre San José””, y veneración por las
autoridades eclesiales y civiles. Caridad sin límites para con Dios,
traducida en gestos de servicio a los hermanos más pobres y abandonados.
Toda la vida de la Madre Paulina se puede resumir en el título que le
dio el pueblo de Vígolo: “enfermera”, esto es, ser para los otros o
“toda de Dios y toda de los hermanos” como rezan hoy sus devotos y sus
Hermanitas. Humildad, que llevó a la Madre Paulina hasta el
aniquilamiento de sí misma para que la congregación siguiera adelante.
La página más luminosa de la santidad y de la humildad de la Madre
Paulina fue escrita por la actitud que manifestó cuando Don Duarte le
anunció su destitución: “Se arrodilló… se humilló… respondió que estaba
totalmente dispuesta a entregar la congregación… se ofrecía
espontáneamente para servir en la congregación como súbdita”.
Terminado el capítulo de agosto de 1909, comenzaba el holocausto
doloroso y meritorio de la Madre Paulina, a quien el arzobispo de San
Pablo le había decretado: “Viva y muera en la congregación como
súbdita”. Y permaneció en la sombra hasta su muerte, en unión con Dios,
como lo declaró a su director espiritual, Padre Luiz Maria Rossi, SI:
“La presencia de Dios me es tan íntima, que me parece imposible
perderla, y esta presencia le da a mi alma una alegría que no puedo
explicar”.
El carisma dejado por la Madre Paulina a su congregación se traduce
en la sensibilidad para percibir los clamores de la realidad con sus
necesidades, y disponibilidad para servir, en la Iglesia, a los más
necesitados y a los que se encuentran en mayor situación de injusticia,
con simplicidad, humildad y vida interior. Es un servir alimentado por
una espiritualidad eucarística y mariana, por la que toda Hermanita hace
de Jesús Eucaristía el centro de su vida, alimentada por una tierna
devoción a María Inmaculada y al buen padre San José.
La primera santa del Brasil fue beatificada por el Papa Juan Pablo II
el 18 de octubre de 1991, en Florianópolis, estado de Santa Catarina. A
la Madre Paulina le confiamos el pueblo brasileño, la Iglesia de Brasil
y la congregación de las Hermanitas de la Inmaculada Concepción y todas
las personas que han colaborado en su canonización.
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