Día litúrgico: Domingo XXIII (C) del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 14,25-33): En aquel tiempo, mucha
gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene
conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus
hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede
ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser
discípulo mío.
»Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre,
no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para
terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se
pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a
construir y no ha sido capaz de acabar. ¿O qué rey, si va a dar la
batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil
hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no,
cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones
de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no
puede ser discípulo mío.»
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«El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío»
Rev. D. Joaquim MESEGUER García
(Rubí, Barcelona, España)
Hoy, Jesús nos indica el lugar que debe ocupar el prójimo en nuestra
jerarquía del amor y nos habla del seguimiento a su persona que debe
caracterizar la vida cristiana, un itinerario que pasa por diversas
etapas en el que acompañamos a Jesucristo con nuestra cruz: «Quien no
lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío» (Lc 14,27).
¿Entra Jesús en conflicto con la Ley de Dios, que nos ordena honrar a
nuestros padres y amar al prójimo, cuando dice: «Si alguno viene
conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus
hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede
ser discípulo mío» (Lc 14,26)? Naturalmente que no. Jesucristo dijo que
Él no vino a derogar la Ley sino a llevarla a su plenitud; por eso Él
da la interpretación justa. Al exigir un amor incondicional, propio de
Dios, declara que Él es Dios, que debemos amarle sobre todas las cosas y
que todo debemos ordenarlo en su amor. En el amor a Dios, que nos lleva
a entregarnos confiadamente a Jesucristo, amaremos al prójimo con un
amor sincero y justo. Dice san Agustín: «He aquí que te arrastra el afán
por la verdad de Dios y de percibir su voluntad en las santas
Escrituras».
La vida cristiana es un viaje continuo con Jesús. Hoy día, muchos se
apuntan, teóricamente, a ser cristianos, pero de hecho no viajan con
Jesús: se quedan en el punto de partida y no empiezan el camino, o
abandonan pronto, o hacen otro viaje con otros compañeros. El equipaje
para andar en esta vida con Jesús es la cruz, cada cual con la suya;
pero, junto con la cuota de dolor que nos toca a los seguidores de
Cristo, se incluye también el consuelo con el que Dios conforta a sus
testigos en cualquier clase de prueba. Dios es nuestra esperanza y en Él
está la fuente de vida.
(http://evangeli.net/evangelio/dia/2019-09-08)
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