Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.
«Entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó»
Hoy «es el día que hizo el Señor»,
iremos cantando a lo largo de toda la Pascua. Y es que esta expresión
del Salmo 117 inunda la celebración de la fe cristiana. El Padre ha
resucitado a su Hijo Jesucristo, el Amado, Aquél en quien se complace
porque ha amado hasta dar su vida por todos.
Vivamos la Pascua con mucha alegría. Cristo ha resucitado: celebrémoslo
llenos de alegría y de amor. Hoy, Jesucristo ha vencido a la muerte, al
pecado, a la tristeza... y nos ha abierto las puertas de la nueva vida,
la auténtica vida, la que el Espíritu Santo va dándonos por pura gracia.
¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y nuestro Camino para
siempre. Él hoy «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le
descubre su altísima vocación» (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes
22).
El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús
está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive,
porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán
Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe
maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura.
Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del
creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que
había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Supo
captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de
amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso
de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no
captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien
Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de
Cristo.
“Ver y creer” de los discípulos que han de ser también los nuestros.
Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor.
Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del
bautismo que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos.
Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer
en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer que no se apartaba del sepulcro. Ella fue la única en verlo, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas» (San Gregorio Magno)
«Jesús no ha vuelto a una vida humana normal de este mundo, como Lázaro y los otros muertos que Jesús resucitó. Él ha entrado en una vida distinta, nueva; en la inmensidad de Dios» (Benedicto XVI)
«El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: ‘Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce’. El Apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 639)
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VIGILIA PASCUAL (A) (Mt 28,1-10) «No está aquí, ha resucitado»
Hoy, en el Evangelio de la Vigilia
pascual, late un gran dinamismo: dos mujeres corren hacia el sepulcro,
un terremoto, un ángel hacer rodar la piedra, unos guardas asustados
caen como muertos. Y Jesús, vivo y resucitado, se hace compañero de
camino de aquellas mujeres…
La mujeres son las primeras en experimentar la resurrección de Jesús, y
esto sólo viendo el sepulcro vacío y al ángel que les anuncia: «Vosotras
no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí,
ha resucitado, como lo había dicho…» (Mt 28,5-6). Son también las
primeras en dar testimonio de su experiencia: «Id enseguida a decir a
sus discípulos: ‘Ha resucitado’» (Mt 28,7).
Enseguida creen. Pero su fe es una mezcla de miedo y de alegría. Sentían
miedo por las palabras del ángel, con un anuncio que va más allá de las
expectativas humanas. Y alegría por la certeza de la resurrección del
Señor, porque las Escrituras se habían cumplido, por el inmenso
privilegio de la primicia pascual que han recibido. La fe, pues, aún
produciendo una gran alegría interior, no excluye el miedo.
Se van a anunciar aquella experiencia del Resucitado, que han hecho sin
haberlo visto. Jesús les premia esta fe y se les aparece mientras van
por el camino.
El centro de toda la experiencia de fe no es en primer lugar una
doctrina ni unos dogmas. Es la persona de Jesús. La fe de las dos
mujeres del Evangelio de hoy está centrada en Él, en su persona y en
nada más. ¡Lo han experimentado vivo y van a anunciarlo vivo!
Otra mujer, santa Clara, escribía a santa Inés de Praga que debía
centrarse en Jesús resucitado: «Observad, considerad i contemplad a
Jesucristo (…). Si sufrís con Él, reinaréis también con Él; si con Él
lloráis, con Él gozaréis; si morís con Él en la cruz de la tribulación,
poseeréis con Él las eternas moradas».
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VIGILIA PASCUAL (B) (Mc 16,1-7): «Jesús de Nazaret, el Crucificado, ha resucitado»
Hoy, la Iglesia celebra con júbilo
la fiesta principal: el triunfo de su Cabeza, Cristo Jesús. La
Resurrección de Jesucristo es un hecho del que no podemos dudar. Es
comprensible que no sea extraño que un hecho celestial, un cuerpo
resucitado, no pueda ser captado por medios terrenales. Pero muy pronto
María Magdalena y la madre del Apóstol Santiago, recibían un testimonio
indudable, comprobado después con muchas apariciones, realizadas de tal
modo que excluyen del todo la sospecha de alucinaciones: «No os
asustéis. Estáis buscando a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha
resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron» (Mc 16,6).
Además del gozo por el hecho de la Resurrección de Cristo, este
acontecimiento nos trae la alegría de contar con una respuesta, jubilosa
y clara, a los interrogantes del hombre: ¿qué nos espera al final de la
vida?; ¿qué sentido tiene el sufrimiento en la tierra? No podemos dudar
de que, después de la muerte, nos espera una vida nueva, que será
eterna: «Allí le veréis, tal como os dijo» (Mc 16,7). San Pablo lo
afirma con gran convencimiento: «Si hemos muerto con Cristo, confiamos
en que también viviremos con Él. Sabemos que Cristo, habiendo
resucitado, no volverá a morir. La muerte ya no tiene poder sobre Él»
(Rm 6,8-9). Lógicamente, al interrogante sobre el final de la vida, el
cristiano responde con alegre esperanza.
El Evangelio de hoy pone de relieve que el joven —el ángel— que habla a
las mujeres, une los dos conceptos de dolor y gloria: el que ha
resucitado es el mismo que fue crucificado. Dice san León Magno: «… (por
tu cruz) los creyentes sacan fuerza de la debilidad, gloria del
oprobio, y vida de la muerte», las cruces cotidianas son, pues, camino
de Resurrección.
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VIGILIA PASCUAL (C) (Lc 24,1-12) «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí. Ha resucitado»
Fr.
Austin
NORRIS
(Mumbai, India)
Hoy, contemplamos la Gloria del
Señor resplandeciente en su victoria sobre el sufrimiento y sobre la
muerte. Promete una vida nueva a todos aquellos que buscan y creen en la
Verdad de Jesús. Nadie se sentirá defraudado como no se sintieron
aquellas mujeres que «fueron a la tumba con perfumes y ungüentos» (Lc
24,1).
Los perfumes y ungüentos que debemos llevar durante nuestra existencia
son una vida dando testimonio de la Palabra de Dios, cuando Jesús hecho
hombre, dijo: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí (…) vivirá, y
no morirá jamás» (Jn 11,25-26).
Dentro de nuestra confusión y dolor parece que nos volvamos miopes y no
podamos ver más allá de nuestro entorno inmediato. Y el «¿por qué
buscáis entre los muertos al que está vivo?» (Lc 24,5) es una llamada a
seguir a Jesús y a buscar la presencia del Señor "aquí y ahora", en
medio del pueblo del Señor y de su sufrimiento y dolor. En uno de sus
discursos de Miércoles de Ceniza, el Santo Padre Benedicto XVI dice que
«la salvación, de hecho, es don, es gracia de Dios, pero para tener
efecto en mi existencia requiere mi asentimiento, una acogida demostrada
con obras, o sea, con la voluntad de vivir como Jesús, de caminar tras
Él».
Por nuestra parte, «al regresar del sepulcro…» (Lc 24,9) de nuestras
miserias, dudas y confusiones, podemos también brindar a nuestros
semejantes en este valle de lágrimas, esperanza y seguridad. La
oscuridad del sepulcro «dará paso algún día a la brillante promesa de la
inmortalidad» (Prefacio de las Misas de Difuntos). Ojalá la Gloria del
Señor Jesús nos mantenga en pie cara al cielo y ojalá podamos siempre
ser considerados como un "Pueblo Pascual". Ojalá podamos pasar de ser un
"pueblo de Viernes Santo" a uno de Pascua.
(https://evangeli.net/evangelio/dia/2022-04-17)
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