¡Oh!, San Martín, vos, sois el hijo del Dios de la Vida,
su amado santo y Papa, y que, padecisteis las afrentas
y abominables maltratos que hombre alguno podría haber
resistido, a excepción de vuestro mentor y Maestro: ¡Cristo!
Constante, hereje y emperador de Constantinopla os
mandó matar, con un batallón de soldados. Pero, cosas
del Dios Vivo, el que iba a terminar con vuestra santa vida,
ciego quedó de repente. Luego envió a otro jefe militar
que os sacó de Roma estando enfermo y os llevó prisionero
a Constantinopla. Duró el viaje catorce meses y estuvo
de crueldad lleno. No os daban alimentos y os negaron
que vos os hicieseis vuestro aseo personal, por cuarenta
y siete días. Pero, vos todo lo soportasteis con paciencia
increíble. Y, vos, inspirado por el Espíritu Santo escribisteis:
“Me martiriza el frió. Sufro hambre y estoy enfermo. Pero
espero que por estos sufrimientos les concederá Dios a mis
perseguidores, que después de mi muerte se arrepientan y
se conviertan”. ¡Qué maravilla! En Constantinopla os
expusieron como un criminal, para que la gente se burlaran
de vos. Pero, por el contrario, muchos os admiraron porque
todo lo sufríais valor y fe, hasta que, un tribunal de herejes
os condenó sin que vos, dijerais ni una palabra en vuestra
defensa. Os tuvieron tres meses padeciendo en la cárcel
junto a los condenados a muerte, pero, luego os enviaron
al destierro. Cuando alguien os amenazó con que os matarían
pronto, dijisteis: “Sea cual fuere la muerte que me den,
seguramente no va a ser más cruel que esta vida que me están
haciendo pasar”. “En cuánto a mi cuerpo, Dios se encargará
de cuidarlo. Dios está conmigo. ¿Por qué me voy a preocupar?”.
“Espero que el Señor Dios tendrá misericordia de mí y no
prologará ya por mucho tiempo el tiempo de mi vida en este
mundo”. “Estoy sorprendido del abandono total en que me
tienen en este destierro los que fueron mis amigos. Y más
me entristece la indiferencia total con la que mis compañeros
de labores me han abandonado. ¿Qué no tienen dinero? ¿Pero
no habría ni siquiera unas libras de alimento para enviarlo?
¿O es que el temor a los enemigos de la Iglesia les hace
olvidar la obligación que cada uno tiene de dar de comer
al hambriento? Pero a pesar de todo, yo sigo rezando a Dios
para que conserve firmes en la fe a todos los que pertenecen
a la Iglesia”. ¡Jamás! pudieron con vos, vuestros herejes enemigos
y, de la negra noche aquella, alegrose el cielo para recibiros,
tal y conforme Cristo lo había anunciado, cuando dijo: “Dichosos
vosotros, cuando os persigan por mi causa. Alegraos porque
grande es vuestro premio”. Y, así, vuestra alma, presurosa voló
al cielo para, corona de luz recibir, como premio justo a vuestro amor;
¡oh!, San Martín, “vivo mártir en Jesús, Dios y Señor Nuestro”.
© 2023 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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13 de Abril
San Martín I
Papa
(año 656)
San Martín, fue el último Papa martirizado. Son más de 40 los pontífices que han sufrido el martirio.Nació en Todi, Italia, y se distinguió entre los sacerdotes de Roma por su santidad y su sabiduría.Fue elegido Papa el año 649 y poco después convocó a un Concilio o
reunión de todos los obispos, para condenar la herejía de los que decían
que Jesucristo no había tenido voluntad humana, sino solamente voluntad
divina (Monotelistas se llaman estos herejes).
Como el emperador de Constantinopla Constante II era hereje
monotelista, mandó a un jefe militar con un batallón a darle muerte al
pontífice. Pero el que lo iba a asesinar, quedó ciego en el momento en
el que lo iba a matar, y el jefe se devolvió sin hacerle daño.
Luego envió Constante a otro jefe militar el cual aprovechando que el
Papa estaba enfermo, lo sacó secretamente de Roma y lo llevó prisionero
a Constantinopla. El viaje duró catorce meses y fue especialmente cruel
y despiadado. No le daban los alimentos necesarios y según dice él
mismo en sus cartas, pasaron 47 días sin que le permitieran ni siquiera
agua para bañarse la cara. Un verdadero martirio que él soportó con
especial paciencia. En aquellos días dejó escritas estas palabras: “Me
martiriza el frió. Sufro hambre y estoy enfermo. Pero espero que por
estos sufrimientos les concederá Dios a mis perseguidores, que después
de mi muerte se arrepientan y se conviertan.
En Constantinopla lo expusieron al público como un malhechor, para
que las gentes se burlaran de él. Pero lo que consiguieron fue hacer que
muchísimos admiraran la virtud de aquel santo varón que todo lo sufría
con admirable valor. Un tribunal de herejes lo condenó sin permitirle
que dijera ni siquiera una palabra en su defensa. Lo tuvieron tres meses
padeciendo en la cárcel destinada a los condenados a muerte, y luego lo
sacaron de la cárcel por una petición que hizo el Patriarca Arzobispo
de Constantinopla poco antes de morirse, pero lo enviaron al destierro.
Martín fue escribiendo en sus cartas lo que le iba sucediendo en
aquellos prolongados martirios. En uno de esos escritos cuenta cómo lo
llevaron sin las más mínimas muestras de consideración o respeto a
Crimea (en el sur de Rusia, junto al Mar Negro) donde estuvo por meses y
meses abandonado de todos, sufriendo hambre y desprecios, pero
enriqueciéndose para el cielo en el ofrecimiento diario de sus
padecimientos a Dios.
Sus sufrimientos eran tan grandes que cuando alguien lo amenazó con
que le iban a dar muerte, exclamó: “Sea cual fuere la muerte que me den,
seguramente no va a ser más cruel que esta vida que me están haciendo
pasar”. Lo amenazaron con dejar su cuerpo expuesto a que lo devoraran
los cuervos y respondió: “En cuánto a mi cuerpo, Dios se encargará de
cuidarlo. Dios está conmigo. ¿Por qué me voy a preocupar?”. Y dando un
suspiro de esperanza añadió: “Espero que el Señor Dios tendrá
misericordia de mí y no prologará ya por mucho tiempo el tiempo de mi
vida en este mundo”. De veras que sus sufrimientos debieron ser muy
grandes para desear más bien morir que seguir viviendo.
En su última carta, dice así San Martín: “Estoy sorprendido del
abandono total en que me tienen en este destierro los que fueron mis
amigos. Y más me entristece la indiferencia total con la que mis
compañeros de labores me han abandonado. ¿Qué no tienen dinero? ¿Pero no
habría ni siquiera unas libras de alimento para enviarlo? ¿O es que el
temor a los enemigos de la Iglesia les hace olvidar la obligación que
cada uno tiene de dar de comer al hambriento? Pero a pesar de todo, yo
sigo rezando a Dios para que conserve firmes en la fe a todos los que
pertenecen a la Iglesia”.
Murió más de padecimientos y de falta de lo necesario que de
enfermedad o vejez, en el año 656. En Constantinopla donde había sido
tan humillado, fue declarado santo y empezaron a honrarlo como a un
mártir de la religión. Y en la Iglesia de Roma se le ha venido honrando
entre el número de los santos mártires.
Martín I: después de ser humillado por unos años, ha seguido siendo
glorificado por muchos siglos. En él se ha cumplido lo que anunció San
Pablo: “Después de un corto sufrir en esta tierra, nos espera un inmenso
gozar en la gloria celestial”.
Dichosos vosotros cuando os persigan por mi causa. Alegraos porque grande es vuestro premio. (Jesucristo).
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