¡Oh!, Santa Liduvina, vos sois;
la hija del Dios de la vida,
y la que, en vuestra terrena
vida, llevasteis sobre vos,
los más atroces tormentos,
dolores y sufrimientos en
vuestra carne y vuestra alma;
imitando la Pasión de Nuestro
Señor Jesucristo, con valor
y humildad admirables. “Si
bastara rezar una pequeña
oración para que se me fueran
mis dolores, no la rezaría”;
decíais porque, habíais llegado
a “amar” los vuestros. “Tengan
cuidado porque la Justicia
Divina en la otra vida es muy
severa. No ofendan a Dios, porque
el castigo que espera a los
pecadores en la eternidad es
algo terrible, que no podemos
ni imaginar”; os recordabais
a la gente de vuestro tiempo
y también a las del nuestro.
Poco antes de morir, la soldadesca
os insultó y maltrató y vos,
lo ofrecisteis a Dios, con mucho
amor y luego, Él mismo os habló
y os dijo: “con esos sufrimientos
ha quedado completa tu corona.
Puedes morir en paz”. Y, así
os marchasteis, Patrona de los
Enfermos Crónicos; para recibir
vuestra corona justa, de eterna luz;
¡oh! Santa Liduvina; "vivo Amor por Cristo".
© 2023 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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14 de Abril
Santa Liduvina
Paciente enferma crónica
Año 1433
Oración
Santa
Liduvina: Alcánzanos de Dios la gracia de aceptar con paciencia
nuestros sufrimientos como pago por nuestros pecados y para conseguir la
conversión y salvación de muchos pecadores.
Historia
Esta
santa es la Patrona de los enfermos crónicos. Ella nos enseña a
aprovechar la enfermedad para pagar nuestros pecados, convertir
pecadores y conseguir un gran premio en el cielo. El decreto de Roma al
declararla santa dice: Santa Liduvina fue “un prodigio de sufrimiento
humano y de paciencia heroica”.
Liduvina
nació en Schiedam, Holanda, en 1380. Su padre era muy pobre y tenía por
oficio el de “celador” o cuidador de fincas. Hasta los 15 años Liduvina
era una muchacha como las demás: alegre, simpática, buena y muy bonita.
Pero en aquel año su vida cambió completamente. Un día, después de
jugar con sus amigos iban a patinar y en el camino cayó en el hielo
partiéndose la columna vertebral.
La
pobre muchacha empezó desde entonces un horroroso martirio. Continuos
vómitos, jaquecas, fiebre intermitente y dolores por todo el cuerpo la
martirizaban todo el día. En ninguna posición podía descansar. La
altísima fiebre le producía una sed insaciable. Los médicos declararon
que su enfermedad no tenía remedio.
Liduvina
se desesperaba en esa cama inmóvil, y cuando oía a sus compañeras
correr y reír, se ponía a llorar y a preguntar a Dios por qué le había
permitido tan horrible martirio. Pero un día Dios le dio un gran regalo:
nombraron de párroco de su pueblo a un verdadero santo, el Padre Pott.
Este virtuoso sacerdote lo primero que hizo fue recordarle que “Dios al
árbol que más lo quiere más lo poda, para que produzca mayor fruto y a
los hijos que más ama más los hace sufrir”. Le colocó en frente de la
cama un crucifijo, pidiéndole que de vez en cuando mirara a Jesús
crucificado y se comparara con El y pensara que si Cristo sufrió tanto,
debe ser que el sufrimiento lleva a la santidad.
En
adelante ya no volvió más a pedir a Dios que le quitara sus
sufrimientos, sino que se dedicó a pedir a Nuestro Señor que le diera
valor y amor para sufrir como Jesús por la conversión de los pecadores, y
la salvación de las almas.
Santa
Liduvina llegó a amar de tal manera sus sufrimientos que repetía: “Si
bastara rezar una pequeña oración para que se me fueran mis dolores, no
la rezaría”. Descubrió que su “vocación” era ofrecer sus padecimientos
por la conversión de los pecadores. Se dedicó a meditar fuertemente en
la Pasión y Muerte de Jesús. Y en adelante sus sufrimientos se le
convirtieron en una fuete de gozo espiritual y en su “arma” y su “red”
para apartar pecadores del camino hacia el infierno y llevarlos hacia el
cielo. Decía que la Sagrada Comunión y la meditación en la Pasión de
Nuestro Señor eran las dos fuentes que le concedían valor, alegría y
paz.
La
enfermedad fue invadiendo todo su cuerpo. Una llaga le fue destrozando
la piel. Perdió la vista por un ojo y el otro se le volvió tan sensible a
la luz que no soportaba ni siquiera el reflejo de la llama de una vela.
Estaba completamente paralizada y solamente podía mover un poco el
brazo izquierdo. En los fríos terribles del invierno de Holanda quedaba a
veces en tal estado de enfriamiento que sus lágrimas se le congelaban
en la mejilla. En el hombro izquierdo se le formó un absceso
dolorosísimo y la más aguda neuritis (o inflamación de los nervios) le
producía dolores casi insoportables. Parecía que ya en vida estuviera
descomponiéndose como un cadáver. Pero nadie la veía triste o
desanimada, sino todo lo contrario: feliz por lograr sufrir por amor a
Cristo y por la conversión de los pecadores. Y cosa rara: a pesar de que
su enfermedad era tan destructora, se sentía a su alrededor un aroma
agradable y que llenaba el alma de deseos de rezar y de meditar.
Cuentan
las antiguas crónicas que recién paralizada una noche Liduvina soñó que
Nuestro Señor le proponía: “Para pago de tus pecados y conversión de
los pecadores, ¿qué prefieres, 38 años tullida en una cama o 38 horas en
el purgatorio?”. Y que ella respondió: “prefiero 38 horas en el
purgatorio”. Y sintió que moría que iba al purgatorio y empezaba a
sufrir. Y pasaron 38 horas y 380 horas y 3,800 horas y su martirio no
terminaba, y al fin preguntó a un ángel que pasaba por allí, “¿Por qué
Nuestro Señor no me habrá cumplido el contrato que hicimos? Me dijo que
me viniera 38 horas al purgatorio y ya llevo 3,800 horas”. El ángel fue y
averiguó y volvió con esta respuesta: “¿Qué cuántas horas cree que ha
estado en el Purgatorio?” ¡Pues 3,800! ¿Sabe cuánto hace que Ud. se
murió? No hace todavía cinco minutos que se murió. Su cadáver todavía
está caliente y no se ha enfriado. Sus familiares todavía no saben que
Ud. se ha muerto. ¿No han pasado cinco minutos y ya se imagina que van
3,800?”. Al oír semejante respuesta, Liduvina se asustó y gritó: Dios
mío, prefiero entonces estarme 38 años tullida en la tierra. Y despertó.
Y en verdad estuvo 38 años paralizada y a quienes la compadecían les
respondía: “Tengan cuidado porque la Justicia Divina en la otra vida es
muy severa. No ofendan a Dios, porque el castigo que espera a los
pecadores en la eternidad es algo terrible, que no podemos ni imaginar.
En
1421, o sea 12 años antes de su muerte, las autoridades civiles de
Schiedam (su pueblo) publicaron un documento que decía: “Certificamos
por las declaraciones de muchos testigos presenciales, que durante los
últimos siete años, Liduvina no ha comido ni bebido nada, y que así lo
hace actualmente. Vive únicamente de la Sagrada Comunión que recibe”.
Santa
Liduvina, paralizada y sufriendo espantosamente en su lecho de enferma,
recibió de Dios los dones de anunciar el futuro a muchas personas y de
curar a numerosos enfermos, orando por ellos. A los 12 años de estar
enferma y sufriendo, empezó a tener éxtasis y visiones. Mientras el
cuerpo quedaba como sin vida, en los éxtasis conversaba con Dios, con la
Sma. Virgen y con su Angel de la Guarda. Unas veces recibía de Dios la
gracia de poder presenciar los sufrimientos que Jesucristo padeció en su
Santísima Pasión. Otras veces contemplaba los sufrimientos de las almas
del purgatorio, y en algunas ocasiones le permitían ver algunos de los
goces que nos esperan en el cielo.
Dicen
los que escribieron su biografía que después de cada éxtasis se
afirmaba más y más en su “vocación” de salvar almas por medio de su
sufrimiento ofrecidos a Dios, y que al finalizar cada una de estas
visiones aumentaban los dolores de sus enfermedades pero aumentaba
también el amor con el que ofrecía todo por Nuestro Señor.
Cambiaron
al santo párroco que tanto la ayudaba, por otro menos santo y menos
comprensivo, quien empezó a decir que Liduvina era una mentirosa que
inventaba lo que decía. El pueblo se levantó en revolución para defender
a su santa y las autoridades para evitar problemas, nombraron una
comisión investigadora compuesta por personalidades muy serias. Los
investigadores declararon que ella decía toda la verdad y que su caso
era algo extraordinario que no podía explicarse sin una intervención
sobrenatural. Y así la fama de la santa creció y se propagó.
En
los últimos siete meses Santa Liduvina no pudo dormir ni siquiera una
hora a causa de sus tremendos dolores. Pero no cesaba de elevar su
oración a Dios, uniendo sus sufrimientos a los padecimientos de Cristo
en la Cruz.
Y
el 14 de abril de 1433, día de Pascua de Resurrección poco antes de las
tres de la tarde, pasó santamente a la eternidad. Pocos días antes
contempló en una visión que en la eternidad le estaban tejiendo una
hermosa corona de premios. Pero aun debía sufrir un poco. En esos días
llegaron unos soldados y la insultaron y la maltrataron. Ella ofreció
todo a Dios con mucha paciencia y luego oyó una voz que le decía: “con
esos sufrimientos ha quedado completa tu corona. Puedes morir en paz”.
La
última petición que le hizo al médico antes de morir fue que su casa la
convirtieran en hospital para pobres. Y así se hizo. Y su fama se
extendió ya en vida por muchos sitios y después de muerta sus milagros
la hicieron muy popular. Tiene un gran templo en Schiedam. Tuvo el honor
de que su biografía la escribiera el escritor Tomás de Kempis, autor
del famosísimo libro “La imitación de Cristo”.
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